El problema con este delito es internet, la falta de leyes internacionales que castiguen globalmente desde la producción, compra y hasta la tenencia de archivos con este contenido
Sólo necesitamos seis horas, menos que una jornada laboral, para conseguir 40 minutos y 27 segundos de pornografía infantil con niñas y niños presuntamente mexicanos. La operación fue muy sencilla: dar unos cuantos clics y dejar prendida la computadora.
Con un equipo doméstico —el mismo que tienen 51.2 millones de mexicanos: una computadora y conexión a internet— exploramos el nuevo rostro de la explotación sexual infantil. Siguiendo una ruta, que se hace simple hasta para el internauta más novato, llegamos a clubes virtuales de pornografía infantil, donde no hace falta dinero para conseguir lo que un pedófilo quiere.
Para preparar la visita sólo se necesitó buscar los foros abiertos de internet sobre pornografía adolescente y recolectar las claves que los usuarios hacen públicas. Luego, descargar un programa de intercambio de archivos, conectarse a un servidor y teclear las letras adecuadas.
Cada víctima es real
Dos tenían como protagonistas a víctimas extranjeras: el primero era un video de seis minutos y 45 segundos, con dos niñas europeas de nueve años vestidas como estrellas de cine para adultos en actos sexuales; el segundo, un fragmento de 27 segundos con la violación real de Hannah, una niña rubia de siete años.
Los cuatro restantes ofrecían menores mexicanos: en dos minutos y 34 segundos, un niño y una niña de unos 10 años sosteniendo relaciones sexuales; en cinco minutos y 48 segundos, una niña de ocho años presentada como “esclava” en un encuentro sexual con un adulto.
A la mano
Hace apenas 20 años, para conseguir fotos y videos los pedófilos tenían que comprar cintas o discos en el mercado negro o producir ellos mismos las imágenes con sus sobrinas, primas, hijos, nietos, vecinos o niños vulnerables. Resultaba caro y altamente peligroso, pero los clubes en internet han vuelto sus actividades gratuitas y relativamente seguras.
“Actualmente, la compra-venta de pornografía infantil ha dado paso al intercambio de archivos. No necesitan comprar nada para agrandar las colecciones personales de los pedófilos. Simplemente se conectan a internet,”, comenta Andrés Velázquez, director de Mattica, un laboratorio forense dedicado a la investigación de delitos cibernéticos.
Con información de El Universal